lunes, 13 de abril de 2009

Poemas de Dina Luz Pardo


Poema

LA RECETA DE HOY
Lina Luz Pardo Olaya
(Del libro "Poesía tatuada en la piel")

La cocina espera por mí
para hacer contigo mi mejor receta.
He adobado tu piel, con dulces fragancias a naranja,
le puse la sazón de mis manos
y a los olivos le extraje su opulento aceite,
para que el roce sea fluido, suave, armonioso.
Ahora tras mezclar y entremezclar,
han quedado residuos en mis uñas.
Se me quedó empotrado algo de ti,
así que lameré uno a uno mis dedos,
para que tu amor no solo se me entre por tus besos,
tus caricias y tu sexo.
El vino…
El vino lo caté en tu sonrisa
que me dejó un halo de entrega total,
de una cosecha que hoy ya no existe,
que me ebria y me endulza
la última libido de mi pudor.
Todo está dispuesto,
te cociné a la temperatura total de mi cuerpo,
de mi vientre.
probé y supe que mi plato era perfecto;
exquisito… para repetir.

Crónica

CALARCÁ DE RECUERDOS
BEATRIZ EUGENIA GALLEGO GIRALDO

Calarcá con la ilusión de convertirse en ciudad, ha querido cambiar su parque, sus viviendas, sus calles, su entorno; pero en mi mente vive la Calarcá de los años ochenta, donde las familias de cualquier nivel social vivían en casas de bahareque revocadas con boñiga de caballo, o en el mejor de los casos con cemento. Viviendas de amplios corredores, techos de teja, cielorasos carcomidos por el comején, pisos de madera encerados a mano, brillantes como espejos, a punta de medias veladas, que servían a los niños como deslizadores. Hacíamos de este oficio una diversión. El patio era un solar de tierra inmenso, todo un parque de juegos construido a pulso, con columpios, burros de guadua, casitas de madera, cancha de fútbol, de baloncesto. Lo mejor de todo, no necesitábamos dinero, éramos jóvenes creativos, libres, con una actitud positiva ante la vida, jóvenes que nos conformábamos con tenis croydon y zapatillas grulla compradas en el almacén de los Ariza.
Toda la ciudad me habla de mi adolescencia recorrida al igual que todas las jovencitas por la concurrida carrera 25 ó calle real. Era un desfile que se iniciaba en el hospital “La Misericordia”, en la calle 43, y terminaba en la iglesia de “Cristo Rey”. El hospital se convirtió por fuerza de las nuevas leyes en un centro de salud casi condenado a desaparecer. Yo vivía a media cuadra con el fantasma de la muerte muy cerca, enterándome de los accidentes y muertos de cada día. Salía siempre de mi casa hacia la cancha de baloncesto, en un costado del hospital. Era mi refugio en los momentos que deseaba estar sola; allí al lado de la cancha estaba el anfiteatro llamado por todos la pieza del olvido, lugar que infligía un miedo que helaba los huesos, pero que generaba la curiosidad de una adolescente. La muerte siempre ha sido para mí sinónimo de tristeza y olvido, quizás porque a aquel anfiteatro sólo llevaban los muertos que no tenían dolientes. Ese pequeño cuarto oscuro con una plancha de cemento en el centro, frío, lúgubre, despertaba mi curiosidad. Casi como un autómata me dirigía a aquella puerta verde oscura y me las ingeniaba para observar por una hendija como un voyerista. No era, claro, una escena que me excitara sexualmente, sino que me situaba en la más triste de las realidades. O quizás pienso ahora: lo mejor que le puede suceder a todo ser humano es el descanso eterno. Alguna vez leí un pasaje bíblico que nunca olvido: habla ahora que estas vivo, porque cuando estés en el sepulcro ya nadie te escuchará. La capilla del hospital donde asistía a misa se derrumbó con el terremoto; jamás fue reconstruida. Digamos que fue una muerte súbita, no tan lenta como la del hospital.
Vuelvo al desfile de la carrera 25, el que se hacía más interesante cuando se llegaba a las primeras tabernas: “Rancho Viejo” y “Leña Verde” en los bajos del Club Quindío. Pero nada era más tensionante que pasar por “La Colina” - ¿bar, cafetería?, nunca lo he podido descifrar-donde se paraban todos los jóvenes de Calarcá: estudiantes, desempleados, comerciantes. “La Colina” aún existe, pero muchos de estos jóvenes han muerto, unos por enfermedad, otros en accidentes o asesinados y los demás tuvieron que viajar a otras ciudades o países a buscar un mejor futuro. Eran mis amigos. Cuando observo el establecimiento desde el balcón de mi apartamento, aparecen todos ellos. Pienso que sus espíritus están ahí para coquetearme como antes; pero no, ahora sólo hay viejos morbosos que se ubican allí para piropear jovencitas y chismosear, calificativo que siempre se suele atribuir a las mujeres, aunque en los hombres no es infrecuente.
El Parque de Bolívar era como el de todo pueblo, lleno de árboles, el Libertador en el centro, la baldosa de colores, permanecía habitado por ancianos, por lo que obtuvo el rótulo del parque de las pájaros caídos. Ahora lo remodelaron dándole a Calarcá un aspecto de ciudad que no entienden algunos ciudadanos dedicados a criticar. No cabe duda, seguimos siendo pueblerinos; hay varios bolardos destruidos, los granos de café resquebrajados por el paso de vehículos pesados y los mismos pájaros caídos sentados en los escaños. Nada cambia. O mejor, todo da un aparente giro, pero de 360 grados. Quedamos en lo mismo: elecciones, malas administraciones, desempleo, etc.
Continuando 25 abajo estaban otros sitios conocidos: “El Paraíso”, “El Tonel”, “Tayrona”, “Valentino” y “Xanadú”, de Guillermo González, la mejor discoteca de esos tiempos, donde ocurrían toda clase de escándalos nocturnos que en compañía de mi prima Gloria Botero observábamos y disfrutábamos desde la ventana de la casa de mi tía abuela Lolita, ubicada al frente.
El recorrido no era sólo de los vivos, también de los muertos. El carro fúnebre iba lentamente por la calle real obligando a apagar la música de todos los sitios de diversión, mientras las parejas salían de sus devaneos a observar el paso del cortejo y hasta alguna lágrima rodaba por sus rostros. Hoy, es el mismo desfile por la misma vía, pero estos sitios ya no existen. Ahora hay un caos total: vendedores ambulantes, espacio público ocupado por artesanos, cacharrerías con música estridente, indigentes, desplazados, rifas de mercados, carros y mil chucherías más. En medio de este manicomio desfila el carro fúnebre. A nadie le importa quién es el muerto; ni si murió de muerte natural, lo asesinaron o se suicidó. Nos volvimos insensibles; será porque todos llevamos una cruz y una lápida pegadas a la espalda, listas para ponerlas en uso en cualquier momento.
Vivo en Calarcá. La observo día a día. Hice parte de sus fiestas y sus reinados. Ceñí la corona de las entidades cívicas en 1980, título que me permitió participar en el concurso de señorita Calarcá ese mismo año. Cómo olvidar los desfiles que organizaban los hijos de Lucelly García de Montoya, Carlos Augusto –Paúto- y Maria Luz –Malusa-. Ellos en compañía de Jorge Hernán Caro, convertían la casa de la cultura en todo un escenario de belleza y moda.
Calarcá es parte de mi sombra, de mi otro yo, basta alejarme para querer volver.
Noviembre 30 de 2007

Antonio Prada Fortul

El rey Batata
En San Basilio de Palenque hermosa población del caribe, nació en un lejano Julio de 1.822, Luis Carlos Salgado, descendiente de famosos tamboreros. Todos lo conocían con el apodo de “Batata”, pertenecía a un grupo clanil ungido por Changó, para que interpretaran el mágico arte de la percusión. Los ancianos del pueblo decían que los miembros de esa familia escogida por los Orishas, eran tamboreros jurados y corría por su sangre la herencia Changó. ¡Kabiesile cabo!
Un antecesor de esa familia de iniciados en la percusión acompañó al rey Benkos Biohó en sus expediciones bélicas, inflamando con la magia de su tambor, el corazón guerrero de esos africanos dispuestos a pelear hasta triunfar o morir en defensa de su libertad. También afirmaban que cada “Batata” moría cuando uno de sus descendientes, cualquiera de ellos, lograra dominar los elementos y comunicarse con los dioses ancestrales con el hechizante sonido de la percusión.En ese momento quedaba debidamente asegurada la sucesión. Cuando falleció su padre, Luis Carlos ejerció las funciones de tamborero de San Basilio de Palenque. Toda celebración, era amenizada con el mágico toque de los tambores de “Batata” cuya fama rebasaba el ámbito de esa región.
Como todos los miembros de ese linaje mágico, Luis Carlos Salgado, aprendió a comunicarse a traves de más del centenar de sonidos mántricos del tambor, con los entes del Oriente Eterno, llamados Eggún por sus abuelos africanos. Cierta ocasión en Pasacaballos, población cercana a Cartagena, un tamborero local llamado Mamerto Ahumedo en el frenesí de una monumental parranda en la gallera, envió reto público a “Batata” para un enfrentamiento percusivo. Convencido del triunfo, anunciaba en su desafío que el perdedor pagaba la parranda. Batata que en esos momentos se encontraba en su natal san Basilio de Palenque con varios amigos tomando ron artesanal de trapiches criollos, sintió algo en su interior y con la premonición de los percusionistas ungidos por Changó que es el dueño de los tambores dijo: “Alguien quiere meterse conmigo”.
Al dia siguiente llegaron los galleros palenqueros que pelearon sus aves en Pasacaballos quienes le comunicaron a “Batata”, el reto lanzado desde la gallera por Mamerto Ahumedo. Este respondiendo el desafío le mandó a avisar que dispusiera todo para el domingo a las diez de la mañana. Conocía al retador y sabía que era un buen tamborero, dudaba que este pudiera ganarle en un pique. Hubo mucha expectación por el desafío. El domingo siguiente cuando clareaba en San Basilio de Palenque, salió la delegación encabezada por Batata, lo acompañaban amigos y familiares dispuestos a parrandear en el poblado vecino hasta el día siguiente. Iban orondos montados en sus burros. Batata tenía el tambor entre sus piernas y le hablaba con su voz arronada y serena, acariciándolo delicadamente.
Tenía los ojos cerrados y de sus labios salía una especie de teoglosia, era como una oración en lenguas que utilizaba para estimular al tambor. Ese secreto lo había aprendido de su padre y Batata se lo había enseñado a su pequeño hijo de diez años el cual interpretaba el tambor a la perfección. Era un secreto que se transmitía de generación en generación. Decía Batata a sus acompañantes, que “nunca el tamborero ejecuta los toques, es lo contrario: “El Tambor se apodera de la persona y lo hace tocar”. Los africanos que llegaron a Palenque con Benkos Biohó, decían que Changó llamado por los congos Baco só o Tata Nfumbe es el dueño de los tambores. En Africa, narraba Batata, existen unos tambores llamados Batá, son elementos de percusión utilizados ceremonialmente para llamar a los Orishas. Para efectos rituales solo se tocan de día, porque de noche,”no hablan”. Esos tres batá cuyos nombres son Iyá, Okóncolo e Itotelé, conocido también como Omelé u Omelenko, son sagrados; existen en ese continente, los tambores Djembí, y otros de uso ceremonial. Hay otro tipo que se utilizan en ceremoniales secretos, los que no puedo decir el nombre, porque ustedes no son tamboreros. Hablaron durante todo el trayecto, hasta llegar a Gambote donde esperaban tres embarcaciones con palenqueros residentes en ese pueblo quienes iban a acompañar al percusionista ungido por Changó. Batata y sus acompañantes se embarcaron en las pangas y salieron raudos para pasacaballos. Batata era apreciado y reconocido por toda esa región. La comitiva llegó a las nueve de la mañana. Mamerto lo esperaba en el embarcadero. Cuando llega el bote, se abrazaron amistosamente los contendores. Ellos mas que competidores eran amigos y se respetaban mutuamente, aunque Batata era mayor que Mamerto, los especialistas consideraban que tocaban igual. En el lugar del ágape, se asaban dos reses y tres enormes ollas hervían pletóricas de costillas, mondongo y ubre salada, “por comida no iban a padecer”, decía uno de los cocineros mientras le daba vueltas al enorme sancocho. No había dinero de por medio en la competencia percusiva, solo el prestigio que le esperaba al ganador era el aliciente para los entusiastas contendientes.
En el centro de la plaza hicieron un círculo de cal de diez metros de diámetro en el que solo podían estar los competidores y el jurado conformado por tamboreros como el “Pompi” Tovar de la Boquilla, Luis Salcedo, de Repelón, Gil Vizcaíno, de San Cristóbal, Daniel Cáceres y Pascual Miranda Salgado de Palenque. Estaban frente a frente los contendores. Tiraron una moneda y le tocó primero a Mamerto agarrar el tambor. Lo acarició con sapiencia, se sentó en el centro del redondel, acarició los lados a su tambor, probó su temple y colocándoselo en las piernas inició su toque que empezó con una nota monocorde que fue variando y enriqueciendo en la medida en que el ritmo se hacía mas frenético y armonioso.Fue una interpretación magistral, los jurados pensaron que iba a ser difícil para el tamborero de palenque igualar esa brillante ejecución. El aplauso fue atronador. Después de esa demostración no había dudas sobre el vencedor.
Cuando le tocó el turno a Batata, se sentó en el centro del redondel, colocó el tambor en el suelo y lo hizo girar con fuerza hacia la derecha, cuando dejó su giro vertiginoso se ubicó en el sitio que apuntaba el tambor, lo colocó entre sus piernas con toda la calma, acarició sus costados, le habló en africano, colocó las manos en su pecho, frente y después las puso en el parche de cuero con mucha suavidad y elevando la mirada al infinito, empezó su toque.
Duró cuarenta minutos su interpretación, en ese lapso, las aves que surcaban el cielo, detuvieron su vuelo y se posaron en los techos de las casas cautivadas por el sonido melodioso y mágico que salía de ese tambor, casi sin proponérselo, la mayoría de los presentes terminó bailando con frenesí y sin poder contenerse al compás del mágico sonido del tambor encantado de Batata.
Todos los jurados a excepción de Daniel Cáceres y Pascual Miranda conocedores de estas cosas, se sumaron al frenesí vertiginoso ocasionado por la trama mélica de los tambores de Batata.En uno de sus ceremoniales ensimismamientos gritó con fuerza el famoso tamborero:!Llueve!... de inmediato un menudo sereno empapó a los presentes que bailaban sin parar; cuando Batata gritó :!Escampa! Cesó la llovizna. Cambiando la entonación del toque, hizo que los perros del pueblo amontonados en una extraña jauría, empezaran a aullar desde las bocacalles de la plaza, después con otro toque los aplacó e hizo cantar a los gallos en los corrales. Al ejecutar otro tipo de toque callaron los gallos y una fuerte brisa empezó a soplar en el pueblo la cual cesó cuando tocó tres veces una misma nota haciendo resbalar uno de sus dedos por los cueros del tambor. El pueblo estaba maravillado por todo lo que acababan de ver.Era algo irreal, fantástico, mucho más de lo podían esperar de un percusionista. Sin darse cuenta empezaron a aplaudir hasta el frenesí, saludando el triunfo del gran Batata que, había ratificado su condición de tamborero sagrado. Los espontáneos lo cargaron en hombros y lo llevaron al sitio de la celebración, donde empezó a sonar la música y se destaparon botellas de ron y cerveza. La cuenta la iban a pagar los habitantes de ese hermoso y alegre pueblo. Las mujeres presentes en la batahola, entusiasmadas, alborozadas y alegres empezaron a bailar, animando la parranda. Mamerto reconoció a Batata como vencedor y alabó la maestría del tamborero. La monumental e inolvidable fiesta duró hasta el dia siguiente por la tarde, cuando los triunfadores palenqueros iniciaron su regreso a San Basilio de Palenque. La noticia se regó Cartagena y en el archipiélago de islas que la circundan, sabían que batata había derrotado a Mamerto en una competencia de tambor. El percusionista derrotado duró una temporada en Palenque aprendiendo de los tamboreros de esa población. Cuando estos consideraron que le habían enseñado lo que este podía aprender, se devolvió Mamerto a Pasacaballos. En ese lugar y en todos los lugares aledaños, iba a “mandar como percusionista.
En toda celebración que se hacía estaba Mamerto, iba a todos los toques, cuando tenía alguna duda, iba a Palenque a consultar con Batata de quien decían que Changó le otorgó el poder en los palmares del arroyo de Palenque. Tanta era la sapiencia del tamborero de los dioses, que con su toque encantado, espantaba los espíritus malos que llegaban a perturbar. Su toque mágico, atraía entidades divinas que bendecían los lugares donde la suerte y fortuna eran adversas. Los tamboreros más famosos del continente africano, reconocían en Batata, al más destacado entre los percusionistas hijos de Changó, iniciados por este Orisha en ese conocimiento. Batata sin lugar a dudas, era el rey de los tambores.