domingo, 25 de noviembre de 2012

CELSO EMIRO MONTOYA PALENCIA - CUENTO EN EL CUARTO OSCURO


EN EL CUARTO OSCURO
 2o Concurso de Cuento y narración oral 
HISTORIAS EN YO MAYOR 
Cuento Ganador - Bolívar 


    La brisa mece la puerta, manchas de luces se mueven en la pared. Escucho el tic tac del reloj de mesa, segundos después anuncia una hora de la madrugada. Alguien viene rompiendo el viento por la Calle Corea. Mientras el orín moja mis calzones, tiemblo. Mamá despierta y pregunta qué quiero. Te dejaré el tetero en la almohada, tómalo cuando quieras. No respondo. Siento la lengua grande, no cabe en mi boca. Algo hurga frente a la casa, son voces diferentes, mi vejiga sigue vaciándose. Percibo sollozos seguidos de lamentos: es La Llorona. Sus pasos vienen por la sala, respira tan profundo que la puerta abre más y más, la veo ahí asomada, muestra un colmillo, su risa hueca y pestilente. Abrazo mis juguetes.
    Es vieja, galillo largo cruzado de venas, levanta el brazo y orienta el índice haciéndome guiños, entra y se sienta en mi cama. Desliza una mano por mi pierna, con la otra saca una teta arrugada. Oigo sus quejidos, cruzan por mi garganta y hundo mi mirada en su ojo abultado, no puedo llorar. Esta vez me muerde una oreja y una de sus lágrimas cae en uno de mis ojos. Mamá se mueve entre sueño y pregunta si tomé el tetero, pero es la teta de La Llorona la que está en mi boca al tiempo que es ella quien se bebe mi tetero.
    Un relincho rompe el silencio, no lo veo entrar, sacude las orejas. Se ha despojado de su silla, detallo su espalda, su crin larga, los cascos cubiertos de pequeñas plumas: es El Caballo del Otro Mundo. La Llorona lo saluda, me suspende del brazo y me abre de piernas en el lomo de su amigo, él corcovea envuelto en el coro de su avispero, mientras ella guarda su teta y ríe mostrando las encías.
    ¡Son las tres! Mis calzones se han secado y mis miedos agonizan pisoteados por el galope de ese animal que entró por el ojo de la cerradura, gritan y se esconden en las abarcas de papá. Déjanos salir, dicen. En medio de la oscuridad, la mesita de los santos se conmueve, el lobo de San Francisco huye por la ventana, la vela ha caído al pie de la cruz y Cristo arde, María exclama «auxilio». Con las manos en la cabeza y la certidumbre de las cosas que distingo bailando por la habitación, me recreo. De Jesucristo solo han quedado cenizas. María corre hacia mí. La Llorona la detiene presionándole el cuello, le quita el niño, observa la gorra colgada en el ángulo de la puerta, la alcanza y se la pone. María sonríe. Al instante llega La Cama Del Más Allá sonando las tablas, sus cuatro patas tienen calcetines barbudos. Se ha sentado, examina su sombrero, no puede ponérselo, porque no tiene cabeza, pero lo coloca delicadamente en su cabecera. Con su voz ronca interpreta un himno onírico, a la vez que golpea como matraca en Semana Santa. Sobre ella columpiándose una jarra de agua se inclina, examina mi ojo y descubre lombrices en mis intestinos, un mosquito irrumpe entre nosotros y se va con su música al rincón, la lagartija lo atrapa y él grita, mi madre se voltea bocarriba. El Caballo me olfatea, le gusta mi aroma, huelo a perfume de mi tía. La pared se ha puesto sería, los bichos han bajado del techo de palma. Uno de ellos, se esconde detrás de la pluma de pavo real que guinda del clavo. La butaca despliega su pecho huesudo y soporta el peso de La Cama, quien deja ver sus guantes piel cabrito y sus pulseras conchas de coco. Se mira al espejo oscuro que baja por el centro del escaparate. Una tira de su ajustador cuelga por una de sus cuatro axilas, me produce risa, pero la risotada de la araña en su hilo me hace carcajear.
    Ha amanecido. Una ínfima claridad penetra las hendijas, y el canto de los pájaros revienta las flores y dejan el olor a universo regado por el patio. En el cuarto solo hemos quedado mis padres y yo. El hedor a meado y berrinche del otro mundo impregnan mi cuerpo. Mamá revisa mis nalgas, hiedo a caca. Anoche te sentí hablar dormido, dice. Tienes lombrices, mañana te purgaré. Me sienta en la batea, y mientras chupo mi tetero recuerdo las últimas palabras de La Llorona.

MERY ISABEL NIEVES DE LA ROSA


OCASO
Poema leído en Seminario  Yngermina

Siento el rumor del silencio
pisada fuerte del olvido
la nostalgia ausente… ¿un silbido?
El impetuoso bramido del mar
                  estalla su gemido ahogado:
                     fugaz recorrido sobre mi ser
                       su brisa cálida resbala gélida mi piel

Acaso cielo y mar
aunque parezcan juntos… ¿se ven?
Aquel, siempre desde su atrio altivo
ahora masculla en su desdén henchido
el dolido orgullo del ardor cabrío:
                                No entiende de fulgores húmedos
                                           ni de un tono rosa en el atardecer

Llegó la Melancolía, eres mi compañía
Tu sutil danza… sensual, no fría
me incita, así, me incita
                                          … Trasciendo majestuosa el firmamento imponente:
                                                                                                                           ¡Génesis y apocalipsis!


Pálido ensueño, creíste arborecer

Siento tu voz hueca
Tu risa anochece:
El sonido del sepulcro irrumpió abrupto
El dardo está hendido:
                                         ¡Mentiras!

Amor, pequeño botón de ternuras
floreciste para ocaso peregrino
crepúsculo embebido
… ¿tendrá un amanecer?