EN EL
CUARTO OSCURO
2o Concurso de Cuento y narración oral
HISTORIAS EN YO MAYOR
Cuento Ganador - Bolívar
La brisa mece la puerta, manchas de luces se mueven en la pared. Escucho
el tic tac del reloj de mesa, segundos después anuncia una hora de la
madrugada. Alguien viene rompiendo el viento por la Calle Corea. Mientras el
orín moja mis calzones, tiemblo. Mamá despierta y pregunta qué quiero. Te
dejaré el tetero en la almohada, tómalo cuando quieras. No respondo. Siento la
lengua grande, no cabe en mi boca. Algo hurga frente a la casa, son voces
diferentes, mi vejiga sigue vaciándose. Percibo sollozos seguidos de lamentos:
es La Llorona. Sus pasos vienen por la sala, respira tan profundo que la puerta
abre más y más, la veo ahí asomada, muestra un colmillo, su risa hueca y
pestilente. Abrazo mis juguetes.
Es vieja, galillo largo cruzado de venas, levanta el brazo y orienta el
índice haciéndome guiños, entra y se sienta en mi cama. Desliza una mano por mi
pierna, con la otra saca una teta arrugada. Oigo sus quejidos, cruzan por mi
garganta y hundo mi mirada en su ojo abultado, no puedo llorar. Esta vez me
muerde una oreja y una de sus lágrimas cae en uno de mis ojos. Mamá se mueve
entre sueño y pregunta si tomé el tetero, pero es la teta de La Llorona la que
está en mi boca al tiempo que es ella quien se bebe mi tetero.
Un relincho rompe el silencio, no lo veo entrar, sacude las orejas. Se
ha despojado de su silla, detallo su espalda, su crin larga, los cascos
cubiertos de pequeñas plumas: es El Caballo del Otro Mundo. La Llorona lo
saluda, me suspende del brazo y me abre de piernas en el lomo de su amigo, él
corcovea envuelto en el coro de su avispero, mientras ella guarda su teta y ríe
mostrando las encías.
¡Son las tres! Mis calzones se han secado y mis miedos agonizan
pisoteados por el galope de ese animal que entró por el ojo de la cerradura,
gritan y se esconden en las abarcas de papá. Déjanos salir, dicen. En medio de
la oscuridad, la mesita de los santos se conmueve, el lobo de San Francisco
huye por la ventana, la vela ha caído al pie de la cruz y Cristo arde, María
exclama «auxilio». Con las manos en la cabeza y la certidumbre de las cosas que
distingo bailando por la habitación, me recreo. De Jesucristo solo han quedado
cenizas. María corre hacia mí. La Llorona la detiene presionándole el cuello,
le quita el niño, observa la gorra colgada en el ángulo de la puerta, la
alcanza y se la pone. María sonríe. Al instante llega La Cama Del Más Allá
sonando las tablas, sus cuatro patas tienen calcetines barbudos. Se ha sentado,
examina su sombrero, no puede ponérselo, porque no tiene cabeza, pero lo coloca
delicadamente en su cabecera. Con su voz ronca interpreta un himno onírico, a
la vez que golpea como matraca en Semana Santa. Sobre ella columpiándose una
jarra de agua se inclina, examina mi ojo y descubre lombrices en mis
intestinos, un mosquito irrumpe entre nosotros y se va con su música al rincón,
la lagartija lo atrapa y él grita, mi madre se voltea bocarriba. El Caballo me
olfatea, le gusta mi aroma, huelo a perfume de mi tía. La pared se ha puesto
sería, los bichos han bajado del techo de palma. Uno de ellos, se esconde
detrás de la pluma de pavo real que guinda del clavo. La butaca despliega su
pecho huesudo y soporta el peso de La Cama, quien deja ver sus guantes piel
cabrito y sus pulseras conchas de coco. Se mira al espejo oscuro que baja por
el centro del escaparate. Una tira de su ajustador cuelga por una de sus cuatro
axilas, me produce risa, pero la risotada de la araña en su hilo me hace
carcajear.
Ha amanecido. Una ínfima claridad penetra las hendijas, y el canto de
los pájaros revienta las flores y dejan el olor a universo regado por el patio.
En el cuarto solo hemos quedado mis padres y yo. El hedor a meado y berrinche
del otro mundo impregnan mi cuerpo. Mamá revisa mis nalgas, hiedo a caca.
Anoche te sentí hablar dormido, dice. Tienes lombrices, mañana te purgaré. Me
sienta en la batea, y mientras chupo mi tetero recuerdo las últimas palabras de
La Llorona.
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