sábado, 13 de octubre de 2012

Melissa Useche Miranda


María, la mujer maravilla del siglo XXI
Melisa Useche Miranda

Emprendedora como típica antioqueña, 
más rola que la arepa paisa e incansable luchadora Colombiana.

Al son de “Yo tengo un amigo que me ama” y los canturreos y chillidos de más de cien niños del barrio Olaya, María expresaba su más profundo apego con los infantes que invadían su pequeño aposento: Semillas de Amor. Una casa entre escombros y reliquias, en donde se cocinaba diariamente el futuro del país. Una cacerola de arroz para un centenar de hormiguitas que labran el mañana. Una morada en la que se intenta subsanar heridas del corazón y brindar un bocado de pan a una cantidad de niños que viven entre la exabrupta violencia y la escases casi que absoluta.
María, con su cuerpo un poco robusto y su vestimenta algo desliñada, caminaba sin cesar de un lado a otro cuidando de que los pequeñines no estuvieran causando problemas. Sí, es que la vida de ésta mujer era un constante vaivén. Desde que conoció a Sorleidys y a sus hermanos, su existencia tomo un rumbo de 360 grados.
La pronta visita a su suegra fue el momento exacto para que sus días cambiaran por completo. Esa tarde gris, fue testigo del llamado que se le hacía a María: el propósito de transformarse en la luz de esperanza de esos pequeñines. María siempre ha sido una dama amable y afable con todos, pero era algo apática con los niños, debido al mayor cuidado y atención que requieren éstos. Sin embargo, ese atardecer convirtió sus disgustos en la devoción más grande.
Eran las seis de la tarde y ya era hora de irse, la noche llegaba y mientras más pasaba el tiempo el camino hacia la salida del barrio se tornaba bastante peligroso. Tan pronto María emprendió su caminata, sin querer se encontró con tres pequeñas rocas en su andar: Sorleidys, Sandra y El Chirri. Ellos eran tres muchachitos que fueron abandonados por sus padres y estaban de paso donde una de sus tías, pero como ‘los muertos apestan al tercer día’ ya era hora que buscaran un nuevo lugar donde vivir o en su defecto un trabajo para aportar algo de comer, pues, ‘no había pan para tanta gente’.
Los comentarios sobre los niños NN en el barrio eran tantos, pero a pesar de la algarabía, esto era considerablemente normal en Olaya. Entre el alboroto, María había escuchado la execrable historia de los NN y sabía que la conexión entre ellos era inmensa. La mujer maravilla tomó a estos tres niños como suyos y luego emprendió la búsqueda de uno y mil relatos como los de Sorleidys. Y finalmente se llegó al eminente resultado de hoy: Semillas de Amor.
Con su acento que evocaba el perfume de la Feria de las flores y el viento de la Sabana Bogotana, María hablaba de su fundación con una total satisfacción. Era estremecedor escuchar las tantas historias que venían incluidas con cada niño. No era sólo recibir un infante para darle un plato de comida, era abrir su maleta y encontrar toda una vida algo devastada. Niños que con escasos cuatro años habían vivido más que Jiroemon Kimura.
Violaciones, delincuencia, sexo desmedido y robos eran unas de las tantas calamidades que venían incluidas como el perfil del porvenir del mañana y aún peor las consecuencias que causarían en cada uno de los chiquillos. Pero el diario vivir de todos y cada uno de los niños no era impedimento para María, sus problemas eran el trampolín para seguir luchando por el bienestar de ellos. 

Una mirada cansada que pide a gritos un descanso, mostraba el trote que vivía María constantemente. Más allá del enorgullecimiento de su magnífica labor,  esos fanales apagados eran resultado de sus extraordinarios esfuerzos. Su fundación era una entidad sin ánimo de lucro y por lo tanto ella debía costear los gastos con su propio capital. En teoría, el Estado y quien desee, puede colaborar con la causa; pero como la mayoría de los patrimonios en Colombia, quedan en manos de unos pocos, era responsabilidad de María y solo de María cumplir con la labor.
¿Cómo alguien sería capaz de embargar a su propio compañero de toda la vida? Pues solo María conocía esa respuesta, confiscar a su marido en su sano juicio era la única manera de recibir un dinero extra, y su esposo finalmente acepto. Quizá era dormir con el enemigo o acariciar a la heroína que tenía por mujer.
Desde que salía el alba hasta que llegaba el ocaso, esta enérgica dama buscaba a como diera lugar para darle un trozo de comida a cada uno de los niños que asistían a su fundación, para ella lo imposible terminaría siendo posible con tal de lograr su objetivo;  pero hay días en que hace falta un tacita de esperanza y vitalidad.
¿Energía? ¿Cuál energía? ¿Qué creen, que los superhéroes no se cansan? A María se le notaba a toda costa que ella no podía sola con esa faena; ella se sacaba el pan de su boca para brindarlo y dividirlo en 137 pequeñines, así como una discípula de Jesús que no permite que ninguno de los habitantes de su pueblo llegue a padecer el hambre.
Jesús, su más fiel acompañante; era la única luz de esperanza. Más devota que María, la mismísima virgen, de allí su nomenclatura. Ella pedía diariamente por la prosperidad de su fundación pues la cantidad de niños aumentaba como la espuma pero los alimentos disminuían cada vez más. Y como estaba la situación un milagro era lo único que la podía ayudar.
Pero todo no es color de hormiga, a pesar de las circunstancias, ejemplares como Juan eran los motivos que mantenían a la mujer maravilla en pie. Era uno de sus primeros ahijados, que a pesar de la pobreza y la escasez económica que invadía a la mayoría de las familias en Olaya como una plaga en la piel, Juan desde pequeño supo cuál era su puerta de salida: la educación. Así como a Sorleidys, María ayudo a Juanito con alimentación y algo de alfabetización, y hoy día es todo un abogado que con el paso de los años sigue agradeciendo el amparo que le brindo y le sigue brindando María.
Por su cabeza deambulaban tantas orugas que querían convertirse en grandes mariposas, quería hacer tantas cosas en Semillas de Amor pero faltaba el agua, la tierra, la luz y todos los elementos que se necesitan para que dé maravillosos frutos. Entre sus fantasías que no eran tan alejadas de la realidad, deseaba construir una escuela donde se incentivara a los jóvenes al estudio de las artes y de la pesca, y entre otras cosas a la rehabilitación de aquellos que encontraron en la droga una salida a sus aprietos y luchas. Sin embargo, seguían siendo sueños y nada más. Es que con tan solo recorrer unos cuantos metros en el barrio Olaya, nuestros ojos se convierten en un mar de lágrimas. Es deprimente admirar la pobreza y la miseria en que viven estas personas, y aún más cuando se sabe que los dineros destinados a las ayudas terminan en otros fines aislados rotundamente de la caridad del socorrer.

Escombros y piedras por todos lados, un hogar hecho con trozos de madera, amor en las paredes, tres pacas de arroz y cien sonrisas para compartir, eran los acólitos de María todas las mañanas. Pero María no estaba sola trabajando en ésto, además de ella, Yoriluz era una de las ayudantes de la fundación que brindaba todo su ser para bregar por el bocado de comida de los niños. Sin embargo, la diferencia entre María y Yoriluz era que la última si recibía una comisión por su labor, era joven y por más que deseara colaborar, habían problemas que comenzaban desde ella y solo le pertenecían a ella, por lo tanto, la mujer maravilla además del dinero que debía conseguir para los alimentos y los servicios públicos, debía agregarle el pago mensual a su ayudante.
Humildemente con una sonrisa en su rostro, María les contaba a todos la historia de su magnífica vida. Cambió una oficina por una casa de madera, unas hojas y lápices por bolsas de arroz; pero a pesar de todo, su día a día había mejorado. Más allá de fines lucrativos, la remuneración más grande en la vida es ayudar a quien necesita. El saber que tu existencia tenía un propósito es realmente enaltecedor.
Mientras tanto, la mujer maravilla seguirá sobrevolando los cielos de Cartagena con tal de ayudar a todo el que necesite de su ayuda, y a pesar de que los superhéroes también se cansen, María tarde o temprano conseguirá a un superman que finalmente la saqué de la odisea y pueda combatir al villano pobreza que azota a su ciudad.

Melisa Useche Miranda


El fenómeno de la manzana mordida 

ha convertido a más de uno en Blanca nieves

Melissa Useche Miranda

Las fantásticas características que identifican y diferencian a los equipos electrónicos de Apple tienen a la mayoría de los ciber obsesivos al borde de la cornisa.

Vender un riñón por una iPad 2, hacer innumerables filas para adquirir un iPhone de última gama o viajar miles de kilómetros para tener un equipo con antelación, son las tantas demencias que han sido causadas por el inevitable deseo posterior al morder la manzana.
¿La Apple manía nos ha ejecutado el interés de comunicarnos face to face? ¿Los grandes avances en materia de tecnología nos han acabado las ganas de hacer y de pensar? Pues en mi concepto, sí.

Se me hace inmensurable que un niño venda uno de sus riñones para poder obtener el ordenador de sus sueños, mientras debería estar jugando con las canicas o quizá saltando la cuerda.

La tecnología nos está carcomiendo la piel poco a poco, y nos mata las neuronas como un veneno en la sangre. A pesar de la supuesta favorabilidad de los mas media al darnos la posibilidad de relacionarnos sin estar frente a frente, este fenómeno nos lava el cerebro minuto a minuto.

Es intolerante que las personas ni siquiera concilien el sueño por estar atentos a un dispositivo móvil o quizá que las relaciones personales se estén deteriorando por la receptividad. Hoy estoy a tu lado, pero sólo es mi cuerpo, porque mi mente está vagando en la web.

Gracias al consumismo, los seres humanos nos convertimos en mercancías. Nos volvemos cada vez más receptivos, no participamos, no opinamos, sólo nos dejamos manejar.
No estoy en contra de las nuevas tecnologías, pero sí con su inadecuado uso. Este proceso debería ser menos prolifero. Ahora cualquiera actividad es utilizada como pieza de consumo.
Necesitamos depurar nuestro cerebro, ésta intoxicación nos está manejando. “Si yo soy lo que tengo, y si lo que tengo se pierde, entonces ¿quién soy?”- Erich Fromm

Necesitamos valorarnos más como personas ¡por favor! 

Ciudad Chiquero


Ciudad Chiquero.
Melissa Useche Miranda
Estudiante de Comunicación
Universidad de Cartagena 


Al abrir la puerta, lo primero que llama la atención es el orden arquitectónico de las cuatro paredes. Uno no sabe si en verdad son cuatro o cinco o quizás seis. Un par de camas ubicadas en L y una dupla de abanicos hacen de mi habitación un laberinto de calles y avenidas que conforman la ciudad Chiquero.
La calle el cableado es un pequeño pasaje que está a la derecha de la puerta. Es oscura y cubierta de maromas.  A lo largo del camino hay un sin número de zapatos sin parejas, desamparados en el puente de la cama, invadidos por telarañas con una gran serpiente de extensión de luz y uno que otro papel arrugado que hace que parezca todo un barrio urbano. Y como si no fuera poco, algunas noches la calle el cableado es asediada por un inmenso monstruo negro: mi perro Cosmo. Que le encanta achantarse a dormir en las tinieblas del lecho en el que descanso.
Mi cama, es uno de los puentes de la ciudad Chiquero. Un poco desorganizada por no decir que nada tendida. Es el lugar donde se postran mis más grandes sueños. El puente más elevado de la metrópolis, que alberga miles de añoranzas que sólo yo puedo ver. Una colcha con colores del mar son la luz que da vida a la oscuridad de mi alcoba. Al costado derecho hay un pequeño cojín que dice a gritos: ¡lávame! Y en el cielo amarillo unos carteles viejos que me recuerdan  a un lejano amor. Delante, está el edificio más alto de Chiquero. Una especie de mesa  de noche que sostiene un pequeño reloj en forma de blusa que dará su primer cuarto de hora cuando llegue el fin del mundo. Un cofre con hilos de colores y cientos de moños para agarrar mi cabello que tal vez sólo los he usado una vez en mi vida.
La avenida la cueva a la izquierda del puente está colmada por una enorme maleta estropeada que hace las veces de una bodega de zapatos. En su tejado hay un montón de ropa y bolsos apilados, tanto así, que es imposible distinguir una prenda de otra. Después de pasar esta avenida, en el camino te encontrarás con otro puente: el puente el retiro. Una cama despoblada bien organizada que a veces acoge la ira de mi madre u otra pila de blusas sucias. Debajo del puente hay tres cajas llenas de polvo con varios libros viejos, y un plástico que sigo sin saber su función.
Al frente del retiro está el centro comercial más grande de la ciudad: mi closet. Algo ficticio pero bastante sustancial. En el primer piso están unas botas viejas y unas sandalias sin estrenar y en el segundo se encuentra  el parque de diversiones con la poca ropa limpia que queda. En la azotea esta todo lo habido y por haber que a pesar de su vejez todavía guardan algo de utilidad. ¿Qué utilidad? No sé, si permanecen allí por más de tres meses nada de beneficioso debe tener.
Entre ajuares viejos, cajas mugrientas, colores que no encajan y fantasías de una princesa, la ciudad chiquero se convierte en el basurero de mis sueños.