sábado, 13 de octubre de 2012

Ciudad Chiquero


Ciudad Chiquero.
Melissa Useche Miranda
Estudiante de Comunicación
Universidad de Cartagena 


Al abrir la puerta, lo primero que llama la atención es el orden arquitectónico de las cuatro paredes. Uno no sabe si en verdad son cuatro o cinco o quizás seis. Un par de camas ubicadas en L y una dupla de abanicos hacen de mi habitación un laberinto de calles y avenidas que conforman la ciudad Chiquero.
La calle el cableado es un pequeño pasaje que está a la derecha de la puerta. Es oscura y cubierta de maromas.  A lo largo del camino hay un sin número de zapatos sin parejas, desamparados en el puente de la cama, invadidos por telarañas con una gran serpiente de extensión de luz y uno que otro papel arrugado que hace que parezca todo un barrio urbano. Y como si no fuera poco, algunas noches la calle el cableado es asediada por un inmenso monstruo negro: mi perro Cosmo. Que le encanta achantarse a dormir en las tinieblas del lecho en el que descanso.
Mi cama, es uno de los puentes de la ciudad Chiquero. Un poco desorganizada por no decir que nada tendida. Es el lugar donde se postran mis más grandes sueños. El puente más elevado de la metrópolis, que alberga miles de añoranzas que sólo yo puedo ver. Una colcha con colores del mar son la luz que da vida a la oscuridad de mi alcoba. Al costado derecho hay un pequeño cojín que dice a gritos: ¡lávame! Y en el cielo amarillo unos carteles viejos que me recuerdan  a un lejano amor. Delante, está el edificio más alto de Chiquero. Una especie de mesa  de noche que sostiene un pequeño reloj en forma de blusa que dará su primer cuarto de hora cuando llegue el fin del mundo. Un cofre con hilos de colores y cientos de moños para agarrar mi cabello que tal vez sólo los he usado una vez en mi vida.
La avenida la cueva a la izquierda del puente está colmada por una enorme maleta estropeada que hace las veces de una bodega de zapatos. En su tejado hay un montón de ropa y bolsos apilados, tanto así, que es imposible distinguir una prenda de otra. Después de pasar esta avenida, en el camino te encontrarás con otro puente: el puente el retiro. Una cama despoblada bien organizada que a veces acoge la ira de mi madre u otra pila de blusas sucias. Debajo del puente hay tres cajas llenas de polvo con varios libros viejos, y un plástico que sigo sin saber su función.
Al frente del retiro está el centro comercial más grande de la ciudad: mi closet. Algo ficticio pero bastante sustancial. En el primer piso están unas botas viejas y unas sandalias sin estrenar y en el segundo se encuentra  el parque de diversiones con la poca ropa limpia que queda. En la azotea esta todo lo habido y por haber que a pesar de su vejez todavía guardan algo de utilidad. ¿Qué utilidad? No sé, si permanecen allí por más de tres meses nada de beneficioso debe tener.
Entre ajuares viejos, cajas mugrientas, colores que no encajan y fantasías de una princesa, la ciudad chiquero se convierte en el basurero de mis sueños.

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