sábado, 31 de enero de 2009

Muerte de Candelario Obeso

Una carrera brillante en el mundo de las letras santafereñas
Por Julio Añex

Uno de los tipos más distinguidos[1] de nuestra juventud inteligente fue sin duda Candelario Obeso, Nacido en condiciones de fortuna nada aparentes para hacer una carrera brillante en el mundo de las letras, supo vencer todo linaje de obstáculos con una valiente resignación de que hay pocos ejemplos, hasta llegó a ser estimado generalmente por la excelencia de su carácter y admirado por las ricas facultades de su inteligencia.
Obeso nació en Mompox el 12 de enero de 1849. Hizo allí sus primeros estudios al lado de su familia, que le amaba con idolatría; en 1866, después de un viaje penoso, por demás, llegó a esta capital y obtuvo una beca en el Colegio Militar, que fundó el general Mosquera; cerrado éste por virtud del golpe del 23 de mayo de 1867, pasó a la Universidad Nacional a continuar sus estudios.
Pintar la vida de estudiante de Obeso sería una labor difícil, casi imposible. Las condiciones de su carácter, siempre benévolo y festivo, y de su fresca y fecunda imaginación, hacían que su vida de escaseces y privaciones fuera menos amarga. No podía proporcionarse libros, y unas veces copiaba sus lecciones con sumo trabajo, y las más, aprendía la conferencia oyéndola a sus compañeros, ayudado de una poderosa memoria. Escaso de vestido, tomando una alimentación mala y mezquina, no faltó a sus clases ni se arredró con su tirante situación: nos refería después, que hubo días de no poder tomar sino una taza de chocolate.
Sus estudios favoritos eran los idiomas y la literatura patria; no por eso dejó de cursar con provecho las ciencias políticas. Permítasenos referir una anécdota relacionada con él, en los claustros.
Asistía Obeso a la clase de legislación que daba el doctor Ezquiel Rojas, y no había podido estudiar la lección del día. Tocole en turno recitarla, y Obeso resolvió no contestar una sola a las preguntas del profesor ni dar disculpas cualquiera al doctor Rojas. Indagado, éste le dijo:
-Señor Obeso, que se hace con una persona que es suficientemente mal educada para no contestar a los que le hablan?
-Doctor, contestó Obeso imperturbable, no he visto el caso.
Primero en hojas volantes o en periódicos de amigos suyos, y luego en esa preciosa colección que intituló “Lecturas para ti”, publicó artículos literarios y poesías en que se traslucía la profunda tristeza que lo dominaba y el fuego de algún intenso amor que no pudo morir en su corazón. “Sotto voce”, es sin duda una de sus mejores composiciones, es su historia íntima, y allí se revela el profundo dolor de “una alma herida”: es una queja lanzada al mundo, dulce como el ritmo de un ruiseñor; no pdemos menos que reproducirla aquí…
Obeso tenía la noble pasión del amor filial, y al recuerdo de su madre ausente le vimos muchas asomar lágrimas a sus ojos. Cuántas no habrá vertido la virtuosa anciana por el hijo de sus entrañas, sin que le quede el consuelo de haberlo visto morir entre sus brazos.
También dedicó a ella una de las más hermosas flores de su jardín poético, así como a sus amigos, a quienes tanto distinguía; entre las últimas, la mejor que conocemos es “El genio”, que dedicó a Diógenes A. Arrieta.
Pero lo que forma el adorno más bello de su corona de poeta es ese género exclusivamente suyo que se conoce con el título de “Cantos Populares de mi tierra”, escritos en el lenguaje rudo y deficiente del boga del Magdalena, e impregnados de esa dulce melancolía que respiran todos los cantos de nuestro malogrado amigo. Las más notables de esas producciones son “La canción del boga ausente”, “Los Palomos”, “Adiós mi morena” y “Ercantor der montará”.
Escribió además Obeso “La Familia Pigmalión” (novela), “Secundino el zapatero” (comedia) y su hermoso poema “Lucha de la vida”, en el que a las veces (sic) está retratado en escenas interesantes de su existencia.
Tradujo Obeso una “Táctica militar” y el “Otelo”, de Shakespeare, y publicó varios libro de enseñanza, como un “Robertson” francés, uno inglés y otro italiano, que fueron muy bien aceptados por nuestros hombres de letras y que sirven hoy de texto en nuestros principales planteles de educación: estos trabajos dan una idea clara de la perseverancia y laboriosidad de aquel ingenio colombiano, perdido en mala hora para la patria.
Obeso era casi completamente ajeno a la política. Sus convicciones eran firmes, pero no se apasionaba en la lucha diaria de los partidos, y se reía de los afanes de sus amigos que estaban mezclados en la contienda. Cuando él creyó que su causa peligraba fue a combatir a Garrapata, y en ese duelo a muerte, librado allí, peleó como un león; recibió el grado de Teniente Coronel de la República.
El 29 de junio último, arreglando una pistola, Obeso se hirió mortalmente, y tuvo el consuelo de ver alrededor de su lecho de sufrimientos a sus fieles y numerosos amigos. La ciencia agotó sus recursos, los cuidados de aquellos fueron inútiles, y le vimos expirar sereno y fuerte a las seis de la tarde del 3 de julio. Todo el mundo lamentó esa pérdida, y al día siguiente se vio cuanta era la estimación que había sabido captarse Candelario es esta sociedad. Las Cámara Legislativas se apresuraron a expresar su condolencia por la deplorable pérdida, en proposiciones honrosísimas que fueron aprobadas unánimemente.
El cadáver llevado hasta el cementerio a hombros de sus amigos, era acompañado por personas de todas las edades y condiciones: allí se dieron cita todos los gremios, para dar una prueba palpable de cuanto saben conquistar en una sociedad civilizada un elevado carácter, un talento bien cultivado y la práctica de notables cualidades…
[1] Nota publicada el día 7 de julio de 1883 en el Periódico Ilustrado de Santa Fe de Bogotá, No. 73, páginas 18 y 19- Reproducida en el Boletín Cultural y Bibliográfico - Volumen V No. 11 - Banco de la República, Bogotá, 1962, páginas 1456, 1457 y 1458

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